lunes, 27 de febrero de 2012

El exceso de valentía del Swansea

Tanto en la vida como en el fútbol existen consejos continuamente repetidos. Uno de ellos es no rendirse, perseverar y ser valiente. Si no se arriesga no se gana y muchos murieron sin conseguir lo que deseaban simplemente porque nunca se decidieron a luchar por ello. Sin embargo, como en casi todo, este teorema tiene límites y llevado hasta el extremo puede resultar perjudicial. Así, si intento conseguir a una mujer, seré un hombre valiente que pelea por alcanzar lo que anhela. Pero si ella insistiese en que le doy asco, sería un idiota si continuase intentándolo.




Algo parecido le sucede al Swansea. De la mano de Roberto Martínez el equipo galés encontró el camino que le podía llevar a la Premier League -la mal denominada liga inglesa, puesto que los equipos de Gales también forman parte de ella-
. Sin embargo, el Wigan reclamó los servicios de Martínez antes de que este hecho se consumara y fue Brendan Rodgers el que culminó el trabajo del español. Éste no sólo mantuvo su línea de juego, sino que además con el paso de los años profundizó al máximo en ella.

Y es que Roberto Martínez siempre apostó por un juego elaborado y asociativo. Un fútbol de toque que no buscase el camino más corto hacia la portería contraria. Esa filosofía es la que ha intentado mantener en el Wigan y esa idea es la que está llevando hasta el límite Rodgers en el Swansea.

Porque a pesar de que Roberto Martínez puede ser calificado como un técnico arriesgado en sus planteamientos -quizá más en su primer año en el Wigan que ahora-, el español pocas veces ha apostado por un centro del campo tan débil físicamente como lo está haciendo Rodgers. Es cierto que cuando tienes el balón puedes permitirte no contar con una medular potente, pero en todo caso se debe tener en cuenta que no todos los rivales son iguales y que por supuesto no siempre se va a poder mantener la posesión de la bola. Y cuando se pierde el balón, si se es débil físicamente, resulta más complicado ejecutar la presión correctamente para recuperarlo.


Así, mientras Roberto Martínez ha usado en su centro del campo a jugadores como Diamé, Watson, McCarthy o McCarthur, que pueden combinar tareas ofensivas con defensivas, Rodgers ha decidido olvidarse de los jugadores que mejor pueden manejarse en situaciones defensivas para explotar al máximo el fútbol atractivo y de toque en el centro del campo. Y a pesar de que en el primer tramo de la temporada Augustyen -que tampoco es un jugador excesivamente defensivo- solía ocupar una de las tres posiciones del centro del campo -en el 4-3-3 con el que juega el Swansea-, actualmente el técnico norirlandés está sobreexplotando el tridente Britton-Allen-Sigurdsson. Y es que Allen y Sigurdsson son jugadores netamente creativos, y aunque Britton puede asumir galones a la hora de robar el balón, no deja de ser un futbolista ofensivo. Además, Sigurdsson no posee los conceptos tácticos suficientes como para cumplir las tareas que se le asignan en esa posición del centro del campo. Y eso que ofensivamente es una maravilla.

Para entendernos, es como si el Barcelona jugase con Xavi de centrocampista defensivo y con Iniesta y Pedrito de interiores. Parece obvio que un equipo que lucha por tener la pelota y que para ello debe robarla con rapidez no puede dejar de contar en su once con jugadores del perfil de Busquets.


Con este nuevo planteamiento ultravaliente es con el que el Swansea está perdiendo puntos vitales que le están acercando al descenso. Ayer perdió de nuevo ante el Stoke, un equipo muy físico contra el que era de esperar que Rodgers recapacitara, quizá colocando a Sigurdsson en banda en detrimento de Dyer o Sinclair y apostando por un jugador de perfil más defensivo en el centro del campo. Pero no fue así, insistió en su idea de jugar con Britton-Allen-Sigurdsson y volvió a perder. Y si Rodgers ama tanto ese estilo de juego debería comenzar a contemplar la posibilidad de que arriesgando tanto puede luchar por no descender. Y si el Swansea desciende, desciende el fútbol.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La pasividad de Piqué

Recuerdo que la irrupción de Gerard Piqué en el panorama futbolístico español fue realmente llamativa. Este joven central volvía a Barcelona, la que siempre fue su casa, después de fichar por el Manchester United y de su cesión al Zaragoza. Piqué le costó al club culé alrededor de ocho millones de euros, una cifra irrisoria después de ver su gran rendimiento en el equipo que dirige Pep Guardiola.

Ese Piqué que volvió como hijo pródigo (al igual que hizo este año Cesc) deleitó a propios y a extraños gracias a su facilidad a la hora de sacar el balón jugado, su rotundidad defensiva, su remate de cabeza y su capacidad de anticipación. Era un joven muy expeditivo que prometía ocupar la posición de central en la selección española durante mucho años, un puesto en el que nuestro país nunca ha estado sobrado de efectivos.


Piqué participó activamente tanto en los éxitos de la selección como en los de su club. Ejercía de líder y sus rivales le respetaban sobre el campo. Infundía respeto. Nunca daba un balón por perdido y su concentración le permitía ir al cruce un segundo antes que los delanteros a los que se enfrentaba.

Pero la temporada pasada la cosa empezó a cambiar. El defensa rubito y de ojos claros que prometía llegar a lo más alto comenzó a estancarse. Su relación con Shakira, sus declaraciones fuera de tono y sus actuaciones antideportivas sobre el terreno de juego parecieron influir en su forma de jugar.

Esta temporada el problema se ha hecho palpable y parece que ha dejado de ser un tema tabú para los medios de comunicación tanto de Madrid como de Barcelona. Piqué no es el mismo, y el partido bochornoso que disputó ante Osasuna el pasado sábado es la gota que ha colmado el vaso. Está lento, torpe, desconcentrado, ha dejado de ser una opción clara a la hora de sacar el balón jugado desde atrás y más de la mitad de los goles que recibe el Barcelona con él sobre el campo son culpa suya. Puyol ejerce de apagafuegos a su lado y cuesta creer que en el vestuario nadie la haya dado un toque de atención. Mascherano ha logrado superarle en todos los aspectos.


Pero lo que más me desquicia cuando lo veo jugar es su pasividad. Piqué ha perdido el hambre y se nota. Su ambición ha dado lugar a un conformismo que solo rompe cuando habla del Real Madrid. Cuando juega me recuerda a un crack de 32 años que se sabe un genio. El típico delantero de calidad que juega andando. El problema es que Piqué no juega de delantero, sino de central, una posición en la que es necesario mantener la concentración durante los 90 minutos.

Y lo peor es que sólo tiene 25 años. Deberían quedarle muchos años de carrera y sin embargo da la sensación de que perderá las ganas de jugar bastante antes. Quizá Guardiola debería plantearse rotar en el eje de la defensa en lugar de dejar en el banquillo a jugadores básicos para el centro del campo del Barcelona.


Por lo pronto, Piqué fue suplente ante el Bayer Leverkusen en lo que parece ser un castigo. Por supuesto, Guardiola asegurará y jurará que en ningún caso se trata de una reprimenda. Espero al menos que de puertas para dentro el técnico catalán haya tenido una reunión con Piqué para dejarle, como decía mi madre, las cosas claras y el chocolate oscuro.