sábado, 28 de febrero de 2015

Yo quiero llamarme Bas Dost

Tener un nombre rimbombante es de vital importancia si quieres llegar a ser alguien. Shakespeare, Maradona, Valle-Inclán o Napoleón Bonaparte quizá no hubiesen llegado tan lejos de haberse llamado Wright, Rodríguez, González o François. Y es que existe algo místico que parece unir un alias poco común con el éxito. Obviamente llegarán varios aguafiestas clamando que Lorca, Ronaldo, Raúl o Felipe González mandan a la basura mi teoría, pero estoy seguro de que ellos habrían preferido llamarse Hemingway, Maquiavelo o Houellebecq a ser Pepito Pérez, Antonio Bermúdez o el relativamente soso Javier Rubio que soy. Fíjense hasta qué punto llega el tema que mi amigo Juan José López Sarabia renunció a su primer apellido, para disgusto de su padre, con la finalidad de ser más recordado entre sus lectores. No es tan raro, Zapatero o Rubalcaba también lo hicieron para no pasar a ser a duras penas conocidos como Rodríguez y Pérez, respectivamente.

Bas Dost no necesita hacerlo. Su nombre es pura melodía para el oído. Suena tan bien que parece una marca de refrescos o de galletas. Al igual que con Rubens Barrichello o Max Power, Bas y Dost son dos palabras que inexplicablemente me gusta decir. El de Ciro Immobile es incluso mejor ejemplo, pues más de una vez me he pillado a mí mismo en el baño repitiendo su nombre con acento italiano una y otra vez. Patético.



El caso es que no me fijé por primera vez en Bas Dost por su 1,92 de altura, ni por su extraña elasticidad. Tampoco por sus goles, cifra en la que nunca destacó a pesar de ser delantero centro, salvo en su segunda temporada en el Herenveen, su mejor año como futbolista (32 goles y máximo goleador de la Eredivise). Lo primero que me llamó la atención cuando lo vi competir en las categorías inferiores de la selección holandesa fue su rítmico nombre. No logré quitármelo de la cabeza y cuando el Wolfsburgo se hizo con él por ocho millones de euros no me costó seguirle la pista.

Los ocho goles que marcó en su primera temporada en Alemania me hicieron ser prudentemente optimista con él. Se estaba adaptando a una liga mayor y había que ser paciente. Pero las lesiones, que estuvieron a punto de retirarle, y su irregularidad me hicieron olvidarle hasta que hace unas semanas irrumpió en el panorama futbolístico con la fuerza de su nombre. Ganó el Wolfsburgo 4-5 al Leverkusen y cuatro de esos tantos fueron obra de Bas Dost. No contento con ello, cinco días después bigoleó al Sporting de Lisboa en la Europa League dando prácticamente el pase a su equipo para octavos (donde se enfrentará al Inter). Y para terminar sus ocho días fantásticos, el holandés volvió a conseguir un doblete para que el Wolfsburgo se impusiese al Hertha en la Bundesliga y pueda seguir aún, desde lejos, la estela del Bayern.


Ocho goles en tres partidos. Números de aspirante a Balón de Oro. O como poco de Bota de Oro. El nueve que le faltaba al Wolfsburgo estaba en casa y junto a De Bruyne, Schürrle, Luiz Gustavo, Perisic o Ricardo Rodríguez pueden llevar a los lobos a ganar la Europa League y a conformar al fin una alternativa seria al reinado de Guardiola en la Bundesliga. Desde luego, si Dost mantiene esta racha, todo es posible. ¿Su próxima cita con el gol? Mañana a las 17:30 en Bremen.

viernes, 20 de febrero de 2015

Recordando a Mandaluniz

Existen momentos de la vida que te vienen a la mente sin saber muy bien por qué. En la comida, antes de irte a acostar o al escuchar algo mínimamente relacionado con el tema, el recuerdo acude puntual. Nunca olvidaré, por ejemplo, la escena final de Ghost, una tarde en la que mi madre me mandó a la cama sin cenar o a mi antiguo compañero de piso intentando matar a un saltamontes en su cuarto. Nimiedades que permanecen en mi mente. Javier Mandaluniz es una de ellas.


Me acuerdo perfectamente de aquel verano, en la fresca planta de abajo de casa de mis padres, sentado como siempre en primera fila ante la tele. No recuerdo el año, aunque la página web de la FIFA me dice que fue en 2003. Era el Mundial sub-17 y todo el mundo hablaba de Cesc por su gran torneo y por su reciente marcha al Arsenal, en un éxodo de futbolistas españoles al extranjero que en esa época no había hecho más que comenzar.

Desde luego me fijé en Cesc, pero fiel a mi irritante y concienzuda actitud, me aprendí de memoria la alineación de España. Recuerdo perfectamente a Sisi en banda, a Markel Bergara y Pallardo en el medio, a Jurado y David Silva en la mediapunta o a Xisco en punta. Sin embargo, la memoria me falla y algunos de estos nombres me bailan, por lo que necesito revisar alineaciones para comprobar que fueron ellos los que se impusieron a Brasil en aquella final en tierras finesas. Sólo Cesc permanece impasible en mi mente. Y Mandaluniz, por supuesto. Recuerdo su peinado típico vasco, todo para abajo y sin gomina. Recuerdo que era del Athletic y que estaba seguro de que sustituiría a Aranzubia y Lafuente en la portería de los leones en breve. No destacaba por su envergadura ni tampoco le recuerdo grandes paradas, pero se mostraba sólido y mis ganas de descubrir jugadores hicieron el resto.



Hace poco Mandaluniz volvió al conjunto de recuerdos que forman mi memoria futbolística ya que leí en planetafichajes que acaba de fichar por el Gimnástica Torrelavega. Será el quinto equipo en el que deambulará por Segunda B tras Bilbao Athletic, Lleida, Real Sociedad B y Logroñés. Para satisfacción de mis amigos cercanos, una vez más me he equivocado y Mandaluniz jamás jugará en el Nuevo San Mamés como local. No obstante, tiene 27 años aún, por lo que quizá le reste aún una década dedicándose a su pasión y contando a sus compañeros de vestuario que un día levantó el trofeo de campeón del Mundo junto a Cesc, Silva y varios más.