Y juro que lo he intentado. Lo he intentado de veras. Por ejemplo, a falta de equipos ciudadrealeños en la élite, intenté apoyar de corazón al Albacete, al Toledo o al Guadalajara en cuanto alcanzaban la Segunda división. Pero no había manera. Ese sentimiento nunca dejaba de ser artificial y terminaba entonando el No puedo enamorarme de ti de Joaquín Sabina. Siempre sentí envidia de la gente que es de un equipo modesto de una ciudad pequeña, al estilo Premier. Pero opino que ese amor no se elige, y que como con todos los amores, si se fuerza es peor.
Así pues, cuando supe que alguien de mi pueblo jugaría por primera vez en la historia en Primera división ni me inmuté. Ese hombre, un portero del Valladolid llamado Jaime Jiménez, debería ganarme por su fútbol y actitud, no simplemente por ser de Valdepeñas.
Mis amigos pronto empezaron a apoyarlo y a alabarlo, incluso aquellos que jamás habían oído hablar de él. Yo, que ya le había visto algún partido con el conjunto pucelano en Segunda, no le auguraba gran éxito a pesar de haber conseguido el premio Zamora, y su debut en la élite (con 31 años) me dejó indiferente. Sí, tenía cierta agilidad y buena capacidad de reacción, pero también lo veía inconsistente por alto, atropellado en sus decisiones y precipitado en las salidas. Jamás me pareció un portero para Primera y predije que no tendría nivel para ocupar uno de los veinte arcos de la Liga durante mucho tiempo. Y así pareció ser. Pronto Dani Hernández (ahora en el Tenerife) le arrebató el puesto y Jaime calentó banquillo durante mucho tiempo.
Y fue entonces cuando lo conocí de verdad. Mientras intuía que Jaime se resignaría y buscaría una transición cómoda como suplente en Primera o como titular en Segunda hacia la retirada, lo que hizo en vez de eso fue trabajar duro en cada entrenamiento, tal y como sucedió cuando fichó por el Elche y un tal Willy Caballero ocupaba el puesto de titular. Y aunque en aquella ocasión la oportunidad le llegó tras la marcha del argentino al Málaga, en el Valladolid consiguió sentar de nuevo a Dani Hernández y volver a afianzarse como el portero titular por méritos propios. Mi fallo número uno se había consumado.
El número dos no tardó en llegar, puesto que la situación se repitió la temporada siguiente, es decir el pasado año. El Valladolid se deshizo de Dani Hernández y fichó a Diego Mariño, que comenzó como portero titular. De nuevo auguré el fin de Jaime y al igual que con la quiniela cada fin de semana, la volví a cagar. El valdepeñero terminó jugando ofreciendo grandes actuaciones y convirtiéndose en una máquina de dar dieces en comunio.
Pero yo seguí viéndolo como un portero irregular, llamativo pero inconsistente. Un arquero para resúmenes de televisión. Y aquí viene mi fallo número tres. Esta temporada abandonó tierras pucelanas y fichó por el Eibar y una vez más auguré que de los 38 partidos de Liga jugaría cero. Más que nada porque Xabi Irureta es el portero titular del Eibar desde Segunda B y porque se trata de un guardameta valiente y ágil, tal como ha demostrado en la primera vuelta, en la que incluso lo vi capacitado para jugar en la Selección.
Empiezo a pensar que el fútbol no es lo mío. Tras varias cantadas graves de Irureta, Gaizka Garitano optó por hacer lo que nunca sucederá con Casillas y dio una oportunidad al segundo portero debido a las dudas que provocaba el titular. Y ale-hop, Jaime de nuevo. Y de nuevo parando. Por tercera vez, cuarta si contamos lo de Willy, Jaime me cerró la boca y demostró que no sólo es de mi pueblo, sino que además es un portero con nivel suficiente como para jugar en Primera división. Y aunque sigo pensando que la consistencia no es su fuerte y que le falta solidez, le sobra capacidad de sacrificio, trabajo y esfuerzo. Y por eso ahora lo sigo, haya nacido donde haya nacido.
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