jueves, 2 de abril de 2015

11 conos

11 conos quizá no sea el titular más adecuado para este artículo, porque ni Álvaro Arbeloa es un cono ni yo quisiera a 11 Arbeloas en mi equipo. Pero 11 conos es la única forma que se me ocurre de expresar lo que transmite el salmantino, en contraste con jugadores con seguramente más calidad, pero también con menos franqueza, valor y, en definitiva, cojones.

Porque hay que tenerlos muy grandes para enfrentarse al capitán del Real Madrid, a uno de los colectivos periodísticos más influyentes de Europa y a su correspondiente atajo de crédulos lectores/oyentes/internaturas/televidentes, y salir vivo. Tocado, pero vivo. Y es que para hablar de este tema es difícil esquivar conceptos como mourinhismo o casillismo. Ya me gustaría. Esas trincheras me recuerdan al típico rojo y facha que lanzamos cuando hablamos de política. Pero es inevitable que cuando Arbeloa habla con la sinceridad con la que lo hizo ayer en El Chiringuito, se contraponga su imagen a la de Casillas, y que desde ese mal llamado frente, por alusiones, se ataque a Arbeloa.



No nos vamos a engañar. Arbeloa es un jugador sin nivel para jugar a día de hoy en el Real Madrid. Lleva años por debajo del mínimo exigible y yo ya lo auguraba en 2012 cuando tras pasar a jugar Sergio Ramos de central y tener el puesto de lateral derecho para él sólo, mostraba serias lagunas defensivas y ofensivas. De hecho, su mejor año fue cuando competía con Ramos en esa posición y se mostraba más serio, centrado, sobrio y seguro que el sevillano.

¿Qué ha hecho entonces Arbeloa para aguantar tanto tiempo en el Real Madrid? Pues lo contrario de lo que se suele hacer en estos casos. Alejarse de la prensa, criticarla duramente en más de una ocasión, y ofrecer a cada entrenador y a cada aficionado que pudiese apreciarlo honestidad, esfuerzo y pasión. Estos valores han pesado tanto que ni la campaña perfectamente orquestada desde Mediaset o Prisa ha conseguido acabar con él. Ha sabido convertirse en un activo para el equipo sabiéndose suplente, y ha aportado palabras de ánimo, arengas, optimismo y carácter ejerciendo con la autoridad del capitán que a día de hoy Íker Casillas no tiene y con la que Ramos coquetea de vez en cuando.




Arbeloa es el Marco Materazzi del Real Madrid, asumiendo la suplencia durante mucho tiempo como uno más, apartándose con elegancia y sin armar jaleo. Jose Mourinho, del que habla maravillas, lo relegó al banquillo en la recta final de su último año en el Real Madrid y desde el duro banco ha vivido cada partido vibrando, saltando, en pie. Nunca cabizbajo ni serio. Evitando ir a llorar al periodista de turno para que le defienda con un artículo o una pieza. Se ha ganado al madridismo desde esa actitud y son muchos los defensores de Casillas que lo valoran y aprecian.

No quiero 11 conos en mi equipo, pero Dios mío, qué necesarios son. Casi todos coincidimos en que el tiempo de Arbeloa en la plantilla del Real Madrid se ha acabado, mucho más con el fichaje de Danilo. Pero desde la venta de Fernando Redondo, jamás cometería Florentino Pérez un error tan grande que alejando a Arbeloa del club. El presidente merengue ha defendido siempre que en los cargos directivos el madridismo debe imperar. Y fuera del equipo, pero cerca del césped, debe continuar Arbeloa. Criticando lo que se hace mal, gritando para que se haga bien y recompensando con un abrazo sincero cuando se cumplan objetivos. Quizá 11 conos no. Pero este, que dure toda la vida.

sábado, 14 de marzo de 2015

Me da igual dónde hayas nacido

No soy yo de los que apoyan a un futbolista únicamente por el hecho de ser español, por haber nacido en mi comunidad autónoma o por pertenecer a mi misma región. Siempre he valorado la actitud y la valía de un deportista por encima de su lugar de nacimiento. Es cierto que crecí en una zona, Ciudad Real, en la que nunca proliferaron futbolistas exitosos. Santiago Cañizares, Alberto Rivera, Tomas Pina y pocos más. Quizá por eso el origen de un futbolista siempre me pareció secundario.

Y juro que lo he intentado. Lo he intentado de veras. Por ejemplo, a falta de equipos ciudadrealeños en la élite, intenté apoyar de corazón al Albacete, al Toledo o al Guadalajara en cuanto alcanzaban la Segunda división. Pero no había manera. Ese sentimiento nunca dejaba de ser artificial y terminaba entonando el No puedo enamorarme de ti de Joaquín Sabina. Siempre sentí envidia de la gente que es de un equipo modesto de una ciudad pequeña, al estilo Premier. Pero opino que ese amor no se elige, y que como con todos los amores, si se fuerza es peor.



Así pues, cuando supe que alguien de mi pueblo jugaría por primera vez en la historia en Primera división ni me inmuté. Ese hombre, un portero del Valladolid llamado Jaime Jiménez, debería ganarme por su fútbol y actitud, no simplemente por ser de Valdepeñas.

Mis amigos pronto empezaron a apoyarlo y a alabarlo, incluso aquellos que jamás habían oído hablar de él. Yo, que ya le había visto algún partido con el conjunto pucelano en Segunda, no le auguraba gran éxito a pesar de haber conseguido el premio Zamora, y su debut en la élite (con 31 años) me dejó indiferente. Sí, tenía cierta agilidad y buena capacidad de reacción, pero también lo veía inconsistente por alto, atropellado en sus decisiones y precipitado en las salidas. Jamás me pareció un portero para Primera y predije que no tendría nivel para ocupar uno de los veinte arcos de la Liga durante mucho tiempo. Y así pareció ser. Pronto Dani Hernández (ahora en el Tenerife) le arrebató el puesto y Jaime calentó banquillo durante mucho tiempo.


Y fue entonces cuando lo conocí de verdad. Mientras intuía que Jaime se resignaría y buscaría una transición cómoda como suplente en Primera o como titular en Segunda hacia la retirada, lo que hizo en vez de eso fue trabajar duro en cada entrenamiento, tal y como sucedió cuando fichó por el Elche y un tal Willy Caballero ocupaba el puesto de titular. Y aunque en aquella ocasión la oportunidad le llegó tras la marcha del argentino al Málaga, en el Valladolid consiguió sentar de nuevo a Dani Hernández y volver a afianzarse como el portero titular por méritos propios. Mi fallo número uno se había consumado.

El número dos no tardó en llegar, puesto que la situación se repitió la temporada siguiente, es decir el pasado año. El Valladolid se deshizo de Dani Hernández y fichó a Diego Mariño, que comenzó como portero titular. De nuevo auguré el fin de Jaime y al igual que con la quiniela cada fin de semana, la volví a cagar. El valdepeñero terminó jugando ofreciendo grandes actuaciones y convirtiéndose en una máquina de dar dieces en comunio.

Pero yo seguí viéndolo como un portero irregular, llamativo pero inconsistente. Un arquero para resúmenes de televisión. Y aquí viene mi fallo número tres. Esta temporada abandonó tierras pucelanas y fichó por el Eibar y una vez más auguré que de los 38 partidos de Liga jugaría cero. Más que nada porque Xabi Irureta es el portero titular del Eibar desde Segunda B y porque se trata de un guardameta valiente y ágil, tal como ha demostrado en la primera vuelta, en la que incluso lo vi capacitado para jugar en la Selección.


Empiezo a pensar que el fútbol no es lo mío. Tras varias cantadas graves de Irureta, Gaizka Garitano optó por hacer lo que nunca sucederá con Casillas y dio una oportunidad al segundo portero debido a las dudas que provocaba el titular. Y ale-hop, Jaime de nuevo. Y de nuevo parando. Por tercera vez, cuarta si contamos lo de Willy, Jaime me cerró la boca y demostró que no sólo es de mi pueblo, sino que además es un portero con nivel suficiente como para jugar en Primera división. Y aunque sigo pensando que la consistencia no es su fuerte y que le falta solidez, le sobra capacidad de sacrificio, trabajo y esfuerzo. Y por eso ahora lo sigo, haya nacido donde haya nacido.

sábado, 28 de febrero de 2015

Yo quiero llamarme Bas Dost

Tener un nombre rimbombante es de vital importancia si quieres llegar a ser alguien. Shakespeare, Maradona, Valle-Inclán o Napoleón Bonaparte quizá no hubiesen llegado tan lejos de haberse llamado Wright, Rodríguez, González o François. Y es que existe algo místico que parece unir un alias poco común con el éxito. Obviamente llegarán varios aguafiestas clamando que Lorca, Ronaldo, Raúl o Felipe González mandan a la basura mi teoría, pero estoy seguro de que ellos habrían preferido llamarse Hemingway, Maquiavelo o Houellebecq a ser Pepito Pérez, Antonio Bermúdez o el relativamente soso Javier Rubio que soy. Fíjense hasta qué punto llega el tema que mi amigo Juan José López Sarabia renunció a su primer apellido, para disgusto de su padre, con la finalidad de ser más recordado entre sus lectores. No es tan raro, Zapatero o Rubalcaba también lo hicieron para no pasar a ser a duras penas conocidos como Rodríguez y Pérez, respectivamente.

Bas Dost no necesita hacerlo. Su nombre es pura melodía para el oído. Suena tan bien que parece una marca de refrescos o de galletas. Al igual que con Rubens Barrichello o Max Power, Bas y Dost son dos palabras que inexplicablemente me gusta decir. El de Ciro Immobile es incluso mejor ejemplo, pues más de una vez me he pillado a mí mismo en el baño repitiendo su nombre con acento italiano una y otra vez. Patético.



El caso es que no me fijé por primera vez en Bas Dost por su 1,92 de altura, ni por su extraña elasticidad. Tampoco por sus goles, cifra en la que nunca destacó a pesar de ser delantero centro, salvo en su segunda temporada en el Herenveen, su mejor año como futbolista (32 goles y máximo goleador de la Eredivise). Lo primero que me llamó la atención cuando lo vi competir en las categorías inferiores de la selección holandesa fue su rítmico nombre. No logré quitármelo de la cabeza y cuando el Wolfsburgo se hizo con él por ocho millones de euros no me costó seguirle la pista.

Los ocho goles que marcó en su primera temporada en Alemania me hicieron ser prudentemente optimista con él. Se estaba adaptando a una liga mayor y había que ser paciente. Pero las lesiones, que estuvieron a punto de retirarle, y su irregularidad me hicieron olvidarle hasta que hace unas semanas irrumpió en el panorama futbolístico con la fuerza de su nombre. Ganó el Wolfsburgo 4-5 al Leverkusen y cuatro de esos tantos fueron obra de Bas Dost. No contento con ello, cinco días después bigoleó al Sporting de Lisboa en la Europa League dando prácticamente el pase a su equipo para octavos (donde se enfrentará al Inter). Y para terminar sus ocho días fantásticos, el holandés volvió a conseguir un doblete para que el Wolfsburgo se impusiese al Hertha en la Bundesliga y pueda seguir aún, desde lejos, la estela del Bayern.


Ocho goles en tres partidos. Números de aspirante a Balón de Oro. O como poco de Bota de Oro. El nueve que le faltaba al Wolfsburgo estaba en casa y junto a De Bruyne, Schürrle, Luiz Gustavo, Perisic o Ricardo Rodríguez pueden llevar a los lobos a ganar la Europa League y a conformar al fin una alternativa seria al reinado de Guardiola en la Bundesliga. Desde luego, si Dost mantiene esta racha, todo es posible. ¿Su próxima cita con el gol? Mañana a las 17:30 en Bremen.

viernes, 20 de febrero de 2015

Recordando a Mandaluniz

Existen momentos de la vida que te vienen a la mente sin saber muy bien por qué. En la comida, antes de irte a acostar o al escuchar algo mínimamente relacionado con el tema, el recuerdo acude puntual. Nunca olvidaré, por ejemplo, la escena final de Ghost, una tarde en la que mi madre me mandó a la cama sin cenar o a mi antiguo compañero de piso intentando matar a un saltamontes en su cuarto. Nimiedades que permanecen en mi mente. Javier Mandaluniz es una de ellas.


Me acuerdo perfectamente de aquel verano, en la fresca planta de abajo de casa de mis padres, sentado como siempre en primera fila ante la tele. No recuerdo el año, aunque la página web de la FIFA me dice que fue en 2003. Era el Mundial sub-17 y todo el mundo hablaba de Cesc por su gran torneo y por su reciente marcha al Arsenal, en un éxodo de futbolistas españoles al extranjero que en esa época no había hecho más que comenzar.

Desde luego me fijé en Cesc, pero fiel a mi irritante y concienzuda actitud, me aprendí de memoria la alineación de España. Recuerdo perfectamente a Sisi en banda, a Markel Bergara y Pallardo en el medio, a Jurado y David Silva en la mediapunta o a Xisco en punta. Sin embargo, la memoria me falla y algunos de estos nombres me bailan, por lo que necesito revisar alineaciones para comprobar que fueron ellos los que se impusieron a Brasil en aquella final en tierras finesas. Sólo Cesc permanece impasible en mi mente. Y Mandaluniz, por supuesto. Recuerdo su peinado típico vasco, todo para abajo y sin gomina. Recuerdo que era del Athletic y que estaba seguro de que sustituiría a Aranzubia y Lafuente en la portería de los leones en breve. No destacaba por su envergadura ni tampoco le recuerdo grandes paradas, pero se mostraba sólido y mis ganas de descubrir jugadores hicieron el resto.



Hace poco Mandaluniz volvió al conjunto de recuerdos que forman mi memoria futbolística ya que leí en planetafichajes que acaba de fichar por el Gimnástica Torrelavega. Será el quinto equipo en el que deambulará por Segunda B tras Bilbao Athletic, Lleida, Real Sociedad B y Logroñés. Para satisfacción de mis amigos cercanos, una vez más me he equivocado y Mandaluniz jamás jugará en el Nuevo San Mamés como local. No obstante, tiene 27 años aún, por lo que quizá le reste aún una década dedicándose a su pasión y contando a sus compañeros de vestuario que un día levantó el trofeo de campeón del Mundo junto a Cesc, Silva y varios más.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La marcha de Plasil, el último gran hombre del Girondins de Blanc

El cierre del mercado estival de fichajes ha traído consigo varias sorpresas de última hora tales como la marcha de Gareth Barry al Everton, la llegada de Tranquillo Barnetta al Eintracht de Frankfurt o el fichaje de Floro Flores por el Sassuolo. Sin embargo, cuando leí que Jaroslav Plasil cambiaba el Girondins de Burdeos por el Catania, sentí que algo se acababa. El último pilar importante del gran Girondins de Laurent Blanc abandonaba el barco.

Primero fueron Marouane Chamakh y Yoann Gourcuff. Un año después de tocar el cielo ganando la Ligue 1 con el Girondins, el marroquí se marchó al Arsenal y el galo hizo lo propio firmando por el Lyon. Curiosamente, a ninguno de los dos le fue bien, y mientras Chamakh lucha por sobrevivir a la Premier League en las filas del Cristal Palace, Gourcuff desespera a toda Francia con su irregularidad.



Tampoco acertaron Geraldo Wendel y a Fernando Menegazzo dejando el equipo la temporada siguiente (2011-2012). Ambos futbolistas, que fueron piezas importantes para Blanc en aquella Ligue 1 de 2008-2009, pusieron rumbo a Arabia Saudí, país en el que se acomodaron futbolística y económicamente alejándose de la élite. Esa misma temporada, Alou Diarra, que lo jugó todo con Blanc en el Girondins siendo pieza básica en el centro del campo, se marchaba al Marsella, y aunque allí no desentonó, su posterior fichaje por el West Ham acabó en fracaso absoluto. El galo fue incapaz de hacerse con un hueco en la Premier a pesar de sus magníficas condiciones, desperdiciando así sus años de madurez futbolística y perdiendo su plaza en la selección bleu.

Ya la temporada pasada, Michaël Ciani y Yoan Gouffran se marcharon rumbo a la Lazio y al Newcastle respectivamente, alternando buenas actuaciones con ciertas dudas. Y aunque a priori ambos siguen contando para Dejan Petkovic y Alan Pardew respectivamente, los dos confirman que hasta ahora ninguno de los jugadores importantes de aquel Girondins campeón de Ligue 1 consiguió triunfar tras dejar el equipo.


Aun así, las salidas continuaron. La marcha de Benoit Tremoulinas a principio de este verano me dejó definitivamente tocado. El Dinamo de Kiev pagó una cantidad considerable por él, de modo que el mejor lateral izquierdo del mundo en 2009 según Axel Torres y uno de los jugadores más queridos de la afición, abandonó el equipo, dejando huérfana para siempre la banda izquierda girondina.

Por último le ha tocado a Plasil, el último gran jugador de aquel gran equipo. Plasil, sin embargo, no logró la Ligue 1, puesto que llegó la temporada siguiente procedente de Osasuna (a cambio de tres millones de euros, nunca lo olvidaré). Aun así, pronto se entendió con Gourcuff, Chamakh, Gouffran y Wendel, encajando en la dinámica de Blanc a la perfección. Tras la progresiva marcha de estas figuras, el checo siguió liderando al equipo año a año, consiguiendo que, a pesar de las importantes salidas, el Girondins diese la cara cada temporada, reinventándose y asumiendo su nuevo papel en Francia.


Ahora, en en el Catania, quizá Plasil cambie la maldición y se convierta en el primer jugador importante en años que triunfa tras dejar el Girondins. Por suerte, se trata de una cesión sin opción de compra, por lo que puede que esto no sea un adiós, sino un hasta luego, y que Plasil, con 32 años y tras jugar en las tres ligas más grandes del continente, vuelva a Burdeos a liderar de nuevo a un conjunto que no hace tanto hizo historia.

viernes, 30 de agosto de 2013

Los traspasos de Christopher Samba

Cuando un jugador ficha por otro equipo, la ilusión y el deseo de hacerlo bien, contentar a su nueva afición y perpetuarse en dicho conjunto deben ser los principales objetivos. Esto es lo que le sucedió a Christopher Samba cuando fichó por el Blackburn Rovers. Después de su paso por Sedan y Hertha de Berlín, este jugador nacido en Francia pero de origen congoleño encontró la estabilidad en Ewood Park.

Samba llegó en 2007 a Blackburn y allí pasó los mejores años de su carrera. Jugó más de treinta partidos por temporada, marcó una cifra de goles más que aceptable para ser central y atrajo las miradas de clubes como el Arsenal, que suspiraba por hacerse con los servicios de este poderoso y fornido zaguero de 193 centímetros de altura y 91 kilógramos de peso. Sí, Samba fue feliz durante sus casi cinco temporadas en Blackburn.


Sin embargo, y a pesar de que el Blackburn parecía haber conseguido la difícil misión de asentarse en la Premier League, llegó un momento en el que Samba necesitaba más. Sus cualidades eran maravillosas y se estaba convirtiendo en uno de los centrales más interesantes del continente. Por ello, en el mercado de invierno de la temporada 2011-2012, Samba hizo las maletas y se marchó al Anzhi de Eto´o, Zhirkov, Dzsudzsak y Bossoufa a cambio de doce millones de euros. El proyecto que se le ofrecía al congoleño era más que interesante y el club de Makhachkala pretendía jugar pronto la Liga de Campeones, uno de los sueños de Chris Samba. Casualmente (o no), esa misma temporada en la que Samba abandonó el Blackburn, el Blackburn descendió. Y casi como una premonición, ese fue el inicio del peregrinaje de Samba por el desierto de la inestabilidad.

Y es que el congoleño duró poco en Makhachkala. Los resultados del Anzhi no fueron todo lo positivos que se cabía esperar, se escapó la Liga de Campeones y Samba volvió a mudarse de equipo. Decidió volver a Inglaterra y formar parte del plan de emergencia de Harry Redknapp para salvar al QPR del descenso, que pagó por él quince kilos. Allí coincidió con Park, Fabio, Bosingwa, Granero, Hoillett o Remy, y sin embargo tal plantilla fue incapaz de conseguir la permanencia, de modo que Samba acumuló otro fracasó en su zurrón.


Con la cabeza baja, y cansado de dar tumbos, Samba volvió a fichar por el Anzhi, esta vez por once millones de euros (calculen ustedes el dinero que llevamos invertido ya en este hombre), con la intención de relanzar el macroproyecto ruso. Pero las ilusiones duraron poco y en un par de meses el millonario propietario del Anzhi se hartó de todo el mundo, destituyó al entrenador y desmanteló el equipo vendiendo a sus principales figuras, nuestro querido Samba entre ellas. Pero el central ha decidido no marcharse muy lejos, cansado como estaba de tanto viaje, y recientemente ha fichado por el Dinamo de Moscú (otros once millones de euros)

Ahora, cuatro traspasos y 49 millones de euros después, Samba tiene la oportunidad de asentarse en un conjunto que, a pesar de ir octavo en la liga rusa tras seis partidos disputados, cuenta con jugadores importantes para estar arriba (muchos de ellos procedentes del Anzhi, como Samba). Esperemos que Chris consiga asentarse allí de una vez. En cualquier caso, seguro que por las noches, cuando apague la luz y mire al techo, Samba se pregunta, maldiciendo, por qué cojones dejó el Blackburn y si valió la pena hacerlo.

martes, 23 de julio de 2013

No es mediocentro, pero puede jugar ahí

Hace tanto tiempo que llevo pidiendo un organizador para el Sevilla que ni me acuerdo de cuando empezó todo esto. Desde que el club hispalense ascendió a Primera división he venido hablando sobre lo necesario que es para un equipo que pretende ser puntero en la élite el hecho de contar con un buen mediocentro. Sin embargo, el Sevilla alcanzó la gloria en Europa sin este perfil de jugador (Maresca nunca podrá ser considerado como tal) y la inercia de la victoria duró años y años. Han sido demasiadas temporadas con un Sevilla que ha cambiado todo tipo de piezas menos la más necesaria. La sala de máquinas de Nervión sigue hoy sin un hombre capaz de manejar los partidos y al equipo, y mientras Monchi siga ejerciendo sus funciones en la secretaría técnica del club, parece que las cosas continuarán igual.


Y es que son muchos los centrocampistas que han pasado por el Sevilla para intentar paliar este déficit. Renato, Keita, Romaric, Cigarini, Hervás o Kondogbia son algunos de ellos, de los cuales, únicamente Cigarini y Hervás cumplen el perfil de mediocentro creador. Por desgracia, ninguno de estos dos dio la talla y eso desanimó aun más a Monchi en la idea de buscar jugadores de este tipo.

Lo que está claro es que desde que el Sevilla gobernó Europa ha pasado mucho tiempo y el equipo ha ido a menos año a año. Para frenar esta dinámica se ha intentado de todo. Cambios en portería, en los laterales, en el centro de la zaga, en las bandas, en la mediapunta y en la delantera. Entrenadores nuevos, variaciones de sistema, cambios en la política de cantera y hasta despidos en la junta directiva. Todo menos Jesús Navas, Monchi y Del Nido había cambiado hasta la marcha del de Los Palacios al Manchester City. Y por supuesto, la idea sobre como debía funcionar el centro del campo del Sevilla tampoco varió. Monchi lo tiene claro. Centrocampista defensivo tipo Medel-Zokora-Poulsen acompañado de un jugador de trabajo y verticalidad tipo Romaric-Keita-Kondogbia. El patrón ha sido siempre el mismo y los resultados no han mejorado.


La afición sevillista es consciente de la necesidad de apostar por un tío en el medio que mande y no sólo destruya. Un hombre que agarre la pelota y la juegue con criterio desde la campo propio. Por eso sentó tan mal en Nervión que Del Nido no hiciese un esfuerzo por Borja Valero. Y por eso no logro entender por qué jugadores como Hernanes, Javi Márquez o incluso Movilla no son una opción para Monchi. No se trata de invertir mucho dinero en esa posición, sino de apostar por los jugadores indicados para la misma. 
Para colmo, el único futbolista capaz de hacerlo bien en este puesto, y que además contaba con un futuro prometedor, como era José Campaña, se marcha al Cristal Palace por dos millones de euros.

Lo verdaderamente lamentable, y lo que resume el problema, es que se fiche a Renato, Trochowski, Rakitic o Stevanovic y que se justifique de la siguiente manera: “bueno, no es mediocentro, pero puede jugar ahí”. El Sevilla es un club que debe contar con un mediocentro que lidere, no con parches. No es aceptable que un centrocampista defensivo como Medel sea el que asuma ese tipo de funciones. 

El Sevilla se ha reforzado bien, eso hay que admitirlo. La línea de tres cuartos, la delantera y la defensa darán la talla con la incorporación de hombres importantes como Marin, Jairo, Vitolo, Bacca, GameiroPareja o Carriço. Sin embargo, el centro del campo seguirá a merced de Medel y Kondogbia, dos jugadores que rinden a las mil maravillas en su puesto pero que son incapaces de mover al equipo en torno a ellos. Y mientras esto no cambie, los problemas continuarán.