El caso es que esta tarde fui a cortarme el pelo. Y durante el camino hasta la peluquería, unos quince minutos, me puse a pensar en temas sobre los que podría hablar hoy en mi blog. Normalmente, ese corto espacio de tiempo lo dedico a planear cómo decirle al peluquero que ha de cortarme lo justo como para que no se noten mis incipientes entradas. Pero él suele hacer lo que le viene en gana, por lo que en vez de preocuparme por mi escasez de pelo dediqué todo el poder de mi mente a escoger un tema futbolístico no relacionado con el Barcelona-Real Madrid.
Y decidí que el espectro de temas sobre los que elegir uno debía verse reducido en este punto ya que no consideraba conveniente hablar sobre las circunstancias en las que el Barcelona logró ayer el pase a la final de Wembley. No quería acordarme de dos arbitrajes más que dudosos, ni del gol anulado más extraño que he visto en toda mi insípida e insustancial vida. Tampoco quería escribir sobre el hecho de que el señor De Bleeckere pitara la gran de mayoría de faltas por balones divididos y disputados en igualdad de condiciones a favor del Barcelona. Y es que al menos cuatro contras madridistas que se iniciaban en tres cuartos de campo fueron desbaratadas por el árbitro, que consideraba que un robo limpio de Di María, Ronaldo o Kaká debía ser, forzosamente, ilegal. Aún recuerdo un balón perdido por Piqué ante el acoso de Di María. El argentino le robó el esférico y lo envió a Ronaldo, que encaraba la portería sólo aunque un poco esquinado. Pero De Bleeckere ya había hecho sonar su silbato por una falta que hizo reír incluso a Sergio Sauca.
Aun así, yo no quería hablar de esto. Simplemente llegué a la peluquería y me senté buscando en un tema de actualidad deportiva al que meter mano. De pronto, el señor peluquero comenzó a hablarme de los vergonzoso que es el doble discurso del Barcelona, de su ambiguo y dudoso señorío, de que los valores que ese club desprende no son en absoluto loables, ya que si así fuese, Pedrito no habría intentado ayer matar a Marcelo de una patada, ni tampoco habría hecho teatro junto a Busquets en el partido de ida. El señor peluquero se fue cabreando y yo me fui calentando también, y los dos coincidimos en que el fútbol que practica el Barcelona no tiene por qué ser el único. Hablamos de que el Carabanchel, el Manchester United o el Yokohama Marinos pueden tener otra manera de concebir este deporte sin que los tengan que meter en la cárcel por ello. Ambos dos (como dice un amigo mío) coincidimos con Gatti en la defensa del fútbol visceral y, para muchos culés, primitivo.
Y decidí que el espectro de temas sobre los que elegir uno debía verse reducido en este punto ya que no consideraba conveniente hablar sobre las circunstancias en las que el Barcelona logró ayer el pase a la final de Wembley. No quería acordarme de dos arbitrajes más que dudosos, ni del gol anulado más extraño que he visto en toda mi insípida e insustancial vida. Tampoco quería escribir sobre el hecho de que el señor De Bleeckere pitara la gran de mayoría de faltas por balones divididos y disputados en igualdad de condiciones a favor del Barcelona. Y es que al menos cuatro contras madridistas que se iniciaban en tres cuartos de campo fueron desbaratadas por el árbitro, que consideraba que un robo limpio de Di María, Ronaldo o Kaká debía ser, forzosamente, ilegal. Aún recuerdo un balón perdido por Piqué ante el acoso de Di María. El argentino le robó el esférico y lo envió a Ronaldo, que encaraba la portería sólo aunque un poco esquinado. Pero De Bleeckere ya había hecho sonar su silbato por una falta que hizo reír incluso a Sergio Sauca.
Aun así, yo no quería hablar de esto. Simplemente llegué a la peluquería y me senté buscando en un tema de actualidad deportiva al que meter mano. De pronto, el señor peluquero comenzó a hablarme de los vergonzoso que es el doble discurso del Barcelona, de su ambiguo y dudoso señorío, de que los valores que ese club desprende no son en absoluto loables, ya que si así fuese, Pedrito no habría intentado ayer matar a Marcelo de una patada, ni tampoco habría hecho teatro junto a Busquets en el partido de ida. El señor peluquero se fue cabreando y yo me fui calentando también, y los dos coincidimos en que el fútbol que practica el Barcelona no tiene por qué ser el único. Hablamos de que el Carabanchel, el Manchester United o el Yokohama Marinos pueden tener otra manera de concebir este deporte sin que los tengan que meter en la cárcel por ello. Ambos dos (como dice un amigo mío) coincidimos con Gatti en la defensa del fútbol visceral y, para muchos culés, primitivo.
De pronto, me di cuenta de que entraba de nuevo en un terreno en el que no quería meterme. Así que cuando terminó la conversación, en mitad de la cual mi pelo sufrió un corte bastante pronunciado (habrá que darle unos días para que lo pueda moldear a mi gusto), pagué y me fui, maldiciendo mi suerte y buscando de qué coño hablar en este blog. Solo quería tratar un tema en concreto, pero no podía hacerlo. Así que decidí escribir sobre mi paseo hasta la peluquería. Porque tarde o temprano, todo el mundo necesita cortarse el pelo.
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