jueves, 14 de julio de 2011

'Medianoche en París' y la selección española

La selección española lleva un año luciendo con orgullo una estrella amarilla en el pecho. Esa estrella simboliza mucho tiempo de sufrimiento, decepciones, fracasos y desilusiones. Pero también representa la alegría y la euforia de sabernos el mejor combinado nacional del planeta.

El aniversario de la consecución del Mundial de Sudáfrica coincidió en el tiempo, día arriba, día abajo, con el estreno en los cines de Medianoche en Paris, la nueva película de Woody Allen. Esta cinta del genial director norteamericano habla de cómo cualquier época pasada siempre fue mejor a ojos del que vive en un presente determinado. El protagonista de esta película añoraba los años 20 parisinos, y al mismo tiempo la gente de esa época rememoraba la Belle 
Époque, etapa en la que a su vez se echaba de menos el Renacimiento, creando así una cadena de nostalgias aparentemente interminable.


Salí del cine pensando en el film que acababa de ver. ¿Es posible que nunca valoremos lo que tenemos y que siempre echemos en falta lo que perdimos? Se suele decir que la felicidad es un sentimiento pasado y que nadie sabe que su espíritu está radiante hasta que deja de estarlo. Parece que nunca nos conformamos con lo que tenemos en un momento determinado. Así, cuando tenemos la nevera vacía nos apetece comer de todo, mientras que si acabamos de llenarla el hambre parece diluirse. Del mismo modo, si tenemos un examen mañana y debemos estudiar toda la noche, el sueño nos acosará. No obstante, si acabamos de zanjar la época de exámenes y tenemos toda la noche para dormir, puede que nos cueste más de la cuenta caer en los brazos de Morfeo. ¿A quién no le ha pasado algo así?


Pero, ¿qué carajo tiene que ver Medianoche en París con el aniversario de la consecución del Mundial? Veréis, el sentimiento es parecido. No puedo negar que con el gol de Iniesta, y también con el de Torres en la Eurocopa de dos años antes, vibré como un niño que se dirige en el C2 hacia Isla Mágica de la mano de sus padres. Sin embargo, comparo esa sensación con la impaciencia y el nerviosismo que me asolaba hace 7, 9 y 13 años, desde que comencé a tomar consciencia de lo que era el combinado nacional para mí, y no veo comparación. Disfruté más ganando a Italia en los cuartos de final de la pasada Eurocopa que en la final contra Alemania, mientras que en el Mundial no puedo decir que mis nervios llegasen a agarrotarme como consiguió hacerlo Yugoslavia en aquella Eurocopa de 2002 en la que nos jugábamos el pase a cuartos en el último partido del grupo, y en el que los malditos nos obligaron a marcar tres goles en pocos minutos.

Del mismo modo, el Mundial de 2014 o la Eurocopa del año que viene no serán ya para mí un reto. Por supuesto que seguiré a España de manera incondicional, sin embargo algo habrá cambiado. Lucharemos por conseguir algo que ya he sentido como mío. En cambio, cuando Morientes marcó de cabeza un gol que nos metía en semifinales de un Mundial y que un egipcio de cuyo nombre no me quiero acordar anuló, mi emoción era mucho mayor. Nos enfrentábamos a algo que nunca habíamos conocido, o al menos la gente de mi generación. ¿Que era frustrante? ¡Por supuesto! Pero cada dos años mi ilusión con España era inigualable. En el próximo mundial no será lo mismo, muy a mi pesar. Supongo que si le das caviar a un pobre todos los días, éste terminará despreciándolo. Puede que con esto pase algo parecido. 


Igualmente, un aficionado del Barcelona probablemente celebre la Liga 2011-2012 con menos efusividad que un madridista. Y también estoy seguro de que un sevillista superará en alegría los dos casos anteriores si se diese el hipotético y remoto caso de que se alzase con el título de campeón del torneo doméstico. Se trata de a lo que estamos acostumbrados. O al menos eso pienso. 

Y es que el ser humano no sabe valorar lo que tiene. Cuando pasemos décadas sin ganar nada probablemente me arrepienta de estas palabras. Pero hablo de emociones. Y a veces estremecerse sintiendo algo liviano es lo que nos llena el alma. Lo verdaderamente importante es seguir valorando esas cosas que nos hacen sentir. Y eso sólo he conseguido hacerlo en un ámbito de mi vida. Pero eso ya no es fútbol. En el fútbol no es tan fácil encontrar la felicidad con algo tan simple como con una persona a la que le gusta pasear bajo la lluvia.

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