Sin duda, durante este tiempo saldrán a la luz todos los odios que el 5-0 del Camp Nou hizo brotar. Los merengues afrontan la tanda de partidos contra los culés con ganas de revancha. Son conscientes de que si ganan ese partido acorralarían a los de Guardiola en Liga e irían con la moral por las nubes a por la Copa. Perder no forma parte del abanico de posibilidades, y si hay alguien capaz de vencer a este Barcelona es Mourinho. Los aficionados madridistas saben que al portugués se le puede permitir casi todo, porque cuando llegue la hora de dar la cara es capaz de hacer magia para llevar a los blancos al éxtasis. La manita debe ser borrada y hay errores que no se pueden volver a repetir.
Por su parte, el Barcelona afronta con menos tensión este transcendental mes de abril. Los culés saben que tienen margen de error y sus piernas, si han de temblar, lo harán mucho menos que las del rival, puesto que su nivel de confianza apenas se verá afectado si pierden el 16 de abril en el Bernabéu. Continuarán líderes en Liga y llegarán con convicción a la final de Copa. Aun así, la precaución es la nota dominante en Guardiola, un tipo que dijo que el Shakhtar lideraría la Champions si se disputase en formato liguilla. También afirmó que el Copenhague quedaría entre los cuatro primeros en la Liga española, por lo que sus jugadores estarán precavidos ante el peligro que representa el Real Madrid, un club que si algo ha demostrado en los últimos años es que nunca se rinde.
Pero los Real Madrid-Barcelona traspasan los límites meramente deportivos. Las aficiones de ambos equipos se odian más allá de los terrenos de juego. Si unos se acuestan felices, los otros no pueden hacerlo. Si el Barcelona va mal, pero el Real Madrid va peor, es bueno para la afición culé. Y viceversa. Uno es grande cuando el otro no lo es, y este Barcelona no sería el mejor de todos los tiempos si no estuviese derrotando a uno de los mejores Real Madrid que recuerdo. Al mismo tiempo, si los blancos consiguiesen vencer a este Barcelona, la machada sería histórica.
Se odian. Las declaraciones de Mourinho, el sibilino apoyo de Florentino Pérez al portugués, las patadas de Pepe, las niñatadas de Marcelo, las piscinitas de Di María y sobre todo, Cristiano Ronaldo. Son los elementos que odian en Barcelona, y que contrastan con las inagotables ganas de pelea de Dani Alves, las tonterías de Piqué, las protestas de Xavi o la insufrible falsa humildad de Guardiola. Pregunten en Madrid por esas cosas. Todo ello, azuzado con un poco de acusaciones por dopaje, excusas de Mourinho y bravuconadas de los asalariados culés Stoichkov y Cruyff dan lugar a una mezcla explosiva.
Pero Barcelona y Real Madrid también se aman. O más bien se necesitan. El uno precisa del otro para ser más grande, para buscar la manera de crecer continuamente, para no caer en el conformismo, para no relajarse. Si desapareciera uno de los dos, el otro ya no sería lo que es. Al fin y al cabo Real Madrid y Barcelona se comportan como un todo, son un conjunto de elementos en una balanza, distribuidos de forma diferente según las etapas que les tocan pasar. Su relación es idéntica a la de dos amantes que no se soportan pero que siguen juntos porque saben que no serían nada separados. Y a pesar de sus palpables diferencias, en el fondo son iguales. Buscan lo mismo, y eso se ve, por ejemplo, en el reparto de los derechos televisivos. Siguen caminos diferentes pero van al mismo sitio. En definitiva, reflejan a la perfección aquella magnifica canción de Sabina llamada Y sin embargo, que decía lo siguiente: Cuando duermo sin ti contigo sueño / y con todas si duermes a mi lado / y si te vas me voy por los tejados / como un gato sin dueño…
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